Hola amidogs, me llamo Luka y tengo 10 años y medio.
Quizás algunos podéis pensar que soy vieja, una abuela, pero no os dejéis engañar: soy sabia y todavía con mucha marcha. Aquí os voy a contar un poco sobre mi vida.
Siendo cachorra fui adoptada por una familia en la que pasaría 8 años de mi vida y donde vi crecer a dos humanos con los que me encantaba jugar. Allí fui feliz pero después de una temporada viviendo con una energía negativa, la que había sido hasta entonces mi compañera decidió que lo mejor que podía hacer por mí era buscar a otros compañeros que pudieran hacerme feliz. Por aquel entonces yo estaba muy estresada, lo que me hizo adelgazar, estar hiperactiva y con los nervios a flor de piel.
Creo que la primera vez que vi a mis actuales compañeros no le gusté mucho al hombre porque estaba muy serio y yo lo único que quería era soltar todo el estrés que podía. Aun así, a los pocos días los volví a ver y me subieron a su coche. Yo no entendía nada ¿por qué mi familia no estaba conmigo? ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde me llevaban?
Los primeros meses fueron complicados. Me cambiaron la dieta, el arnés, mi cama, mis juguetes, las rutinas, ¡mi casa!… y aumentó mi estrés. Era un cocktel de estrés. En casa no paraba de reclamar atención y apenas lograba relajarme. Las salidas también eran un infierno: tiraba para alcanzar el lugar que quería olfatear por si acaso no me dejaban hacerlo, cada vez que pasaba un perro, un coche, una persona… me excitaba y mordía la correa porque era el único modo que tenía para liberar estrés. Yo trataba de comunicarme, y sé que ellos ponían todo de su parte para entenderme.
Al final me fui acostumbrando a las nuevas rutinas, cubrieron todas mis necesidades, hacíamos paseos hasta que me cansaba de olfatear, buscaron mordedores naturales, me hicieron buscar chuches y juguetes por la casa ¡los muy cucos me los escondían!… Ya no tiraba de la correa porque sabía que la mayoría de las veces me dejarían oler lo que quería y empecé a sentirme más en calma, ¡ya podía dormir como un bebé! Ufff no sabía lo bien que se sentía uno al estar relajada.
Y empecé a explorar distintos bosques junto a otros humanos y otros perros, disfruté chapoteando en charcos y conocí la nieve. ¡Cómo me gustó deslizarme por ella!
Pero entonces pasó algo: mis compañeros estaban todo el día en casa y cuando salíamos a la calle no solíamos ver ni a personas ni a perros. ¡Qué raro! Perdí toda relación social durante un tiempo y cuando volví a ver perros me hacía tanta ilusión que ladraba de felicidad. Nunca entendí por qué la mayoría de los humanos alejaban de mí a sus compañeros, si yo solo quería conocerlos y saber cómo estaban… Y esa necesidad de relación y la falta de ella durante un tiempo volvió a estresarme.
Para colmo mis compañeros me ponían un arnés que, según decían, era de lo mejor, pero a mí no me gustaba porque dificultaba mis movimientos. Yo se lo comunicaba intentando morderlo cada vez que me lo ponían, pero se creían que estaba jugando. Pobrecillos, ¡qué ilusos! Al menos usaban una correa larga que me dejaba cierta libertad…
Pero un día eso cambió y me ponían otro que llamaban Haqihana, ¡a saber qué quieren decir! En cualquier caso, fue un alivio ¡y me encanta! Ya no lo mordía e iba corriendo cada vez que me lo mostraban, metiendo mi cabeza por el agujero para facilitar el trabajo en equipo. ¡Al fin lo habían entendido!
Ya iba cómoda en los paseos, me dejaban olfatear todo lo que quería, cada vez podía conocer a más perros, descubría nuevos lugares como el mar. Y volví a estar relajada y feliz.
Nota aclaratoria, los siguientes párrafos se actualizaron a final del año 2021, en homenaje y recuerdo a Luka
Además, me cambiaron la comida, ellos hablaban algo de BARF aunque no sé qué querrían decir, pero me encantaba y quería comerla a todas horas.
En noviembre me puse muy malita y me tuvieron que hacer varias pruebas en ese sitio que huele tanto a estrés canino.
Allí estuve acompañada por mis compañeros salvo cuando me quedaba dormida. Los resultados no debían ser buenos porque no paraban de llorar y yo cada día me encontraba peor, hasta que apenas quería comer.
Ellos lo intentaban todo y sé que los muy cucos me escondían pastillas en salchichas porque las encontraba… en los pocos momentos en que quería jugar, jugaban conmigo, andaban lo que quería andar, podía explanarme a olfatear cuanto quisiera… pero a mí cada vez me molestaba más el abdomen… me dolía… no podía dormir bien y además dejé de comer.
Volvimos a ir a ese centro a primera hora y olía menos a estrés que los otros días… y allí, en una salita, mientras me pinchaban en una patita, me quedé dormida sobre mi compañera y sintiendo las caricias de mi compañero.
Nota de sus compañeros:
Siempre recordaremos la alegría que emanabas, tu obsesión por las piedras que no pudimos quitarte, cómo te gustaba chapotear en los charcos y nadar en el mar o algún río, el miccionar mientras andabas sin que nadie te metiese prisa, tus pestañas rubitas, el cruzar las patas delanteras estando tumbada, cómo disfrutabas cada vez que te soltábamos y te seguíamos mientras perseguías rastros (así solían ser tus paseos), cómo nos mirabas cuando querías decirnos algo (que algo te preocupaba, que querías mimos, permiso para hacer algo…), el sonido de succionadora cuando te lanzábamos comida, tu independencia, tu costumbre de meterte entre las piernas para que te rascásemos los cuartos traseros, tu ladrido (poco frecuente pero potente), tus ronquidos y gruñidos mientras dormías, cómo dabas los buenos días, tu cara de gamberrilla cada vez que querías jugar al pilla-pilla o al escondite (la amábamos), tu cara de disfrute y concentración cuando hacíamos juegos de olfato, cómo lo gozabas en la nieve y en bosque, tu forma de pedir comida cambiando el peso de una pata delantera a otra, cómo saltabas la primera sobre el asiento de atrás del coche porque te encantaba viajar, lo pizpireta que te ponías cuando te acariciábamos mientras estábamos de paseo… Hasta siempre, gordita.
En la foto del calendario, me veis disfrutando mientras nadaba en la ruta del Molino de la Hiruela, en la sierra de Madrid.